Hemos vuelto a despertar en el ático de la calle Dizdarevic. Comienza este día de carretera. Hay algo de tiempo para avituallarse, para echar un último vistazo a Baščaršija y para comprar algunas postales, que lanzamos al correo en la oficina más próxima.
Atravesamos el enorme pasillo que es esta ciudad, y empezamos a entender dónde caben sus seiscientos mil habitantes. Tras los edificios otomanos y austrohúngaros del centro ayer, hoy la periferia nos brinda bloques de socialismo real mellados por impactos de obús. Pasamos junto al Holiday Inn que albergaba a los periodistas durante la guerra y alcanzamos una vista de las montañas nevadas que acogieron los Juegos Olímpicos. Hay desvíos a Ilidža, donde los saralijas pasan el fin de semana.. Nosotros seguimos al sur. Aparte de las cumbres de nieve, la mayor parte del paisaje son colinas de caducifolios y colores de otoño.
El plan del día es llegar a Zadar, aunque no tenemos ni idea de si llegaremos a hacerlo. Primero tenemos que entrar en Herzegovina, la hermana olvidada de Bosnia, y luego, recorrer el curso del Neretva, hasta la frontera de Bosnia-Herzegovina con Croacia. Móstar será parada obligada, pero antes hacemos una parada en Jablanica, otro topónimo bélico, legado a mi mente por aquellos telediarios.
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