martes, 26 de mayo de 2009

Viaje por los Balcanes III: Sarajevo, 05-10-2008

Ha amanecido en la ciudad martir, pero no he oído a los almuédanos. La luz me despierta y me apresuro a la ventana para observar la misma escena de anoche. Aunque añore la belleza de los puntos verdes sobre fondo negro, veo esta vez más cosas, casitas en las montañas y alminares y el día que va comenzando. Cegado de Wanderlust acuerdo con Anja reencontrarnos en un par de horas, para desayunar juntos y me lanzo a la calle armado con la cámara de fotos, aunque aquí la metáfora sea casi intolerable.

Admiro el Sebilj, y lo rodea menos suelo que palomas. La mayor parte de los puestos de Baščaršija están aún cerrados. Es domingo y todavía no son las ocho. Planeo seguir el curso del Miljacka, desde la Biblioteca Nacional hasta donde llegue, así que camino junto a este río, que es una tubería encajonada y poco profunda de aguas turbias.

Paso junto al Puente Latino, pero aún no sé que ese es el puente que quiero ver. Observo los carteles electorales, algún edificio herido por la guerra, una pintada implorando a no olvidar Srebrenica. Las calles están vacías, es domingo, circulan pocos vehículos y algún que otro tranvía, así que voy cambiando de acera para observar lo que mejor me place: un edificio verde curiosísimo, las aguas oscuras del río, un centro comercial horroroso. Ayer vimos carteles electorales en los que se utlilizaba el alfabeto cirílico. Aquí, en Sarajevo, no se ve ninguno.

Atrás queda el Hotel Saray. Pienso en Sarajevo, Sarayevo debería llamarse en español, pero la dictadura de la letra escrita ha condenado al sonido gutural el topónimo hispano: Kilimanjaro, Sarajevo, Rajastán. Recuerdo la primera vez que vi el nombre de esta ciudad en un bote de Cola Cao, - el alimento de la Juventud, el alimento olímpico - a propósito de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1984. Y recuerdo el logotipo con precisión, pero había olvidado a Vučko, si es que alguna vez supe de él. He leído que Saray es lugar de descanso en turco y árabe, y relaciono la palabra, no sé aún si acertadamente, con caravanserai. Anja se ríe siempre de mis etimologías.

A lo largo del río, confirmo que la ciudad es un corredor, y no puedo evitar imaginar las montañas tomadas por la artillería serbobosnia, y cómo sería la vida por aquel entonces dramático y cercano. Llego hasta la mezquita de Ali-Pashá, blanco entonces de los francotiradores y vuelvo por la avenida del Mariscal Tito, también vacía, algún tranvía, la llama eterna, la Plaza de la Liberación, hacia Baščaršija.

El desayuno de la casa de huéspedes es espectacular y, siendo dos, volvemos a salir a las calles. Ya son más de las nueve, y los turistas disputan el Sebilj a las palomas. Algunos hojalateros han abierto sus puestos y en este momento Sarajevo se parece a Estambul y Baščaršija es el Gran Bazar. No habrá dos ciudades donde se fundan mejor oriente y occidente. Antes de recorrer de nuevo el curso del río, subimos por una cuesta hasta un cementerio, desde el que se contempla la ciudad: en primer plano la Biblioteca Nacional, a lo lejos la antena de televisión que vi en tantos telediarios.

Descendemos y seguimos caminando. La mañana es más bien fría y comenzamos a sentir un olor a leña. Volvemos por las mismas calles, algo más pobladas y vemos otras cosas. La Plaza de la Liberación con más detalle, el mercado de la infame masacre, y al otro lado del río el Parlamento y la sinagoga sefardí (un cartel indica "La Benevolencia 1892"), hasta llegar al auténtico Puente Latino donde empezó todo.

Nos hacemos unas fotos en el puente, y un poco después descubrimos que no es el puente sino a diez metros, desde la esquina del hoy museo, desde donde Gavrilo Princip dispara a Francisco Fernando y Sofía, con tremendas consecuencias. He releído el episodio en "The Impossible Country" de Brian Hall y todavía me impresiona la secuencia de los hechos y el cúmulo de los azares.

Paramos a comer ćevapčići en Zejlko, donde -craso error- pido una cerveza y la camarera sonríe. Cambio la elección por algo más respetuoso con los preceptos y la tradición islámica y me quedo con las ganas de catar la Sarajevsko pivo.

Damos vueltas y más vueltas, Morića Han, intentamos ver la sinagoga vieja, también cerrada.Vemos adolescentes agruparse alrededor de la mezquita del bey Gazi Husrev y se cumple el contratópico del musulman blanco, rubio y de ojos azules. Por lo menos he visto un chaval asi, con un chándal y zapatillas deportivas. Luego vemos a los viejos jugando con un ajedrez gigante junto a la Catedral Ortodoxa, cuyo interior está en obras.

Después de pasar el día en esta ciudad de las tres y tantas naciones, es inevitable una reflexión sobre los procesos de guerra, de invasión, de migración, de conversión, de cisma o de división que hicieron a estos eslavos del sur ser lo que son. Nos separamos del río En cuanto uno se aleja del río, comienza una cuesta.

Pronto se hace de noche y hacemos unas fotos del Sebilj y Anja compra una zeljanica. La media luna del islam reina el cielo sobre las montañas y nos vamos a dormir sabiendo que hemos empezado y acabado el día en la ciudad en la que empezó y acabó un siglo.

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